Los Tribunales europeos han vuelto a denunciar en sus sentencias el proceder de los Tribunales españoles, bien entendido: del Supremo y el Constitucional, esto es, los Tribunales formados por designación y no en virtud de méritos objetivos y claros y cuyo sistema de nombramiento ha sido denunciado repetidas veces por el Consejo de Europa que ha requerido hasta cuatro veces al estado español que los modifique Informes GRECO). La reacción ha sido “españolísima”, tanto como El Quijote, y evidencia qué poco ha cambiado el modo de ser de estas tierras.
Me explico: el Quijote es una crítica mordaz, despiadada, al modo de ser castellano de su época, esto que podríamos llamar: el alma castellana. Y lo es hasta tal punto, hasta tal extremo la refleja, que no ha podido ser percibido por ella. Esto recuerda el cuento de David Foster Wallace: “Había una vez dos peces jóvenes que iban nadando cuando se encontraron por casualidad con un pez más viejo que nadaba en dirección contraria; el pez más viejo les saludó, y les dijo “hola, chicos, ¡cómo está hoy el agua!”; los jóvenes siguieron nadando un rato i al fin uno de ellos preguntó al otro “¿Qué demonios es esto del agua?”. Cuando uno está totalmente inmerso en algo no puede percibirlo.
Como es sabido, el modo de ser castellano se impone en toda las Españas: Castilla, el reino de Castilla en toda su extensión, se apoderada de España. Españolistas tan fervientes como Ortega y Gasset (La España invertebrada) y Laín Entralgo (España como problema) lo vieron clarísimamente. De modo que ahora podemos decir, por extensión, que el Quijote es una critica al modo de ser (el alma) español.
La cuestión es ésta: el protagonista es la figura central de la sociedad de su época: el hidalgo, el ciudadano más respetable (después de la nobleza) y el que todos deseaban ser. Este hidalgo lee una serie de libros, que resulta que son mentiras (ficciones) y se los cree absolutamente. Luego sale al mundo con sus creencias y va viendo cosas que deberían desmentirlas, va topando con realidades que en realidad contradicen aquellas creencias, pero a él no le sucede. Él ve estos hechos, que en realidad derogan sus convecciones, de un modo que se las confirman. Es el paradigma del dogmatismo. Ve la realidad exclusivamente desde sus creencias y ninguna realidad puede hacérselas cambiar.
Que el Quijote es una severísima crítica a la sociedad y organización política que le rodea se evidencia por todas partes. No es éste el tema central que deseo ahora abordar aquí, pero valgan algunos ejemplos: (i) casi lo primero que hace el Caballero es liberar presos de ¡la Inquisición!; hay que valorar lo que entonces esto suponía; (ii) dice que él es rey; (iii) nombra arbitrariamente y “a dedo” a un inepto (Sancho) como gobernador (de la Isla de Barataria); (iv) ya al final, llegado a Barcelona elogia extremadamente a Roca Guinarda, que era un personaje real, un guerrillero contra la Monarquía al que, por ello se le llamaba bandolero; (v) sólo al llegar a Barcelona (el mar), y por tanto fuera ya de Castilla, los paisajes y personas que describe son reales (la descripción de la Barcelona de entonces está probado que es fidelísima) y es allí donde “se cura”.
Pues bien – y con esto vuelvo el tema principal que refería – la gran denuncia de Cervantes es el dogmatismo que reina en el ser español. Las mentiras (fábulas) asumidas no ceden ante la evidencia y la realidad que las desmienten.
La reacción de los medios de información (?) y en general de los políticos españoles recuerda, como dos gotas de agua a El Quijote. Cervantes sigue vigente.
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